jueves, 7 de diciembre de 2017

JERUSALÉN, LA PIEDRA QUE QUEBRANTA A LAS NACIONES

Jerusalén, la piedra que quebranta a las naciones
 “Y en aquel día yo pondré a Jerusalén por piedra pesada a todos los pueblos; todos los que se la cargaren serán despedazados, bien que todas las naciones de la tierra se juntarán contra ella” (Zacarías 12:3).

IRVING GATELL EN EXCLUSIVA PARA ENLACE JUDÍO MÉXICO

Parafraseando a Pilar Rahola, habría que decir que Jerusalén es un tema con el que una gran cantidad de personas, países e instituciones se dan el lujo de decir cualquier tontería o sandez que se les ocurra. Pareciera que es una piedra pesada que les lesiona irremediablemente las conexiones neuronales, y no les queda más alternativa que entregarse a la estupidez. Cosa que, parece ser, hacen con gusto.

Por ejemplo, Mahmud Abás –el terrorista disfrazado de moderado y que es líder de la Autoridad Palestina– dijo que reconocer a Jerusalén como capital de Israel “traería desastrosas consecuencias para el proceso de paz”. Pero yo pregunto: ¿Cuál proceso de paz? Desde 1995 los presidentes estadounidenses han venido firmando una carta para posponer (por seis meses) el traslado de la embajada norteamericana a Jerusalén, y de todos modos los palestinos no se han sentado a negociar la paz. De hecho, desde 1993 que los palestinos no han vuelto a firmar ningún compromiso, y se han negado sistemáticamente a conversaciones directas para llegar a un acuerdo. En contraste, los episodios de violencia han sido muchos y sangrientos (incluyendo la segunda intifada, el período más sanguinario protagonizado por ellos). Repito mi pregunta: ¿Cuál proceso de paz?

El rey Abadalá de Jordania dijo que “Jerusalén es clave para lograr la paz y la estabilidad en la región y en el mundo”. Vulgar mentira. En primer lugar, en términos fríos y objetivos, el conflicto israelí palestino es uno de los más pequeños. Carece de peso real para “pacificar y estabilizar” al mundo, o incluso a la región, que hoy por hoy está fracturada por peores confrontaciones (todas ellas entre musulmanes), que nada tienen que ver con Jerusalén.

Emmanuel Machron no fue más inteligente que ellos. Señaló que el asunto de Jerusalén “tiene que ser resuelto en un marco de negociaciones entre palestinos e israelíes”. Perfecto. Ahora quiero ver si el señorito va a convencer a los palestinos de que se sienten a negociar. Políticos con más experiencia que él no lo lograron. Él tampoco lo va a lograr (y sospecho que, en realidad, ni siquiera lo va a intentar).

El Papa Francisco tampoco tuvo demasiado tino en sus comentarios. Expresó su deseo de que “no cambie el Status Quo” de Jerusalén. ¿Acaso el hombre no está enterado que el único país que puede garantizar –que, de hecho, ha garantizado– la preservación del status, es Israel? No creo que sea tan ingenuo como para suponer que Mahmud Abás, Hamás o la Yihad Islámica lo harían. Justamente si algo ha garantizado la libre práctica de cualquier religión en Jerusalén, ha sido que el control fáctico de toda la ciudad ha estado en manos del Estado Judío.

Seamos honestos: el tema de Jerusalén sólo ha sido un pretexto, desde un principio. Entre 1949 y 1967, los jordanos tuvieron el control de toda la Margen Occidental del Jordán (lo que hoy llaman Cisjordania y que es parte de las regiones históricas de Judea y Samaria), y ninguna autoridad árabe tuvo el mínimo interés en hacer de Jerusalén Este la capital de nada ni de nadie. Vamos, ni siquiera tuvieron el interés en hablar de un “pueblo palestino”. Simplemente, tomaron a cientos de miles de árabes desplazados por la guerra contra Israel, y los refundieron en campamentos de refugiados y en condiciones de vida infrahumanas.

Tiene lógica: pese a que ya se ha aceptado como hecho fáctico esa mentira que dice que “Jerusalén es la tercera ciudad más importante para el Islam”, la realidad es que las únicas ciudades importantes para la religión islámica son Medina y La Meca. Jerusalén nunca es mencionada por el Corán.

Es por ello que durante los casi 13 siglos de dominio musulmán sobre Jerusalén (salvo por el siglo de dominio cruzado), dicha ciudad nunca fue considerada capital de alguna provincia, y ningún rey o personalidad importante del mundo islámico la visitó siquiera.


El tema de Jerusalén es, al final de cuentas, sólo la más moderna expresión de la atávica, racista y judeófoba obsesión de muchos cristianos y musulmanes por no querer concederle nada al pueblo judío. Negarnos Jerusalén y salir con la tontería infantil de que “es de todos”, es una forma de decirnos “ya es demasiado que tengan su propio estado, por favor no pidan más cosas…”. No importa que Jerusalén sea, históricamente, una ciudad judía. Que todos los trabajos arqueológicos que se hacen allí pongan a la luz su pasado judío. Que desde que se empezaron a hacer censos en la ciudad, a mediados del siglo XIX, esté demostrado que su población siempre fue mayoritariamente judía. Que nunca haya existido una “zona árabe” o “Jerusalén Este”, y que en ese lugar hasta 1949 estuvieran viviendo miles de judíos que fueron expulsados de allí por los jordanos.

A fin de cuentas, Trump tiene toda la razón al decir que sólo está reconociendo la realidad: “Jerusalén ha sido, es y seguirá siendo una ciudad judía”.

¿Cambia eso la situación e incrementa los riesgos de violencia?

No. Como ya señalé previamente, no pone en riesgo ningún proceso de paz, porque el proceso de paz no existe. Los palestinos se rehúsan a negociar. Mantienen su política de incitación. Sus libros de textos infantiles siguen enseñándoles a los niños que Israel debe dejar de existir para que sólo haya una “gran Palestina”. Su gobierno “moderado” sigue pagando dinero en efectivo a los terroristas o a sus familias. Mientras más judíos hayan matado, más dinero. Abbas incluso ha dicho que “matar judíos es pacífico”.

¿Y los riesgos de que haya violencia? Son los mismos. Los palestinos siempre buscan cualquier pretexto para lanzarse a una nueva campaña de agresiones. Recordemos que la Segunda Intifada comenzó por una razón absolutamente banal: se ofendieron porque Ariel Sharón visitó el complejo de la Mezquita.

Es evidente que toda la postura palestina se trata de un vulgar y tonto montaje, centrado en su estrategia irracional de derrotar a Israel (o creer que lo derrotaron) en la guerra alternativa, la mediática y la diplomática, toda vez que saben que en la guerra de verdad nunca lo van a poder derrotar.

Por parte de los demás países que los apoyan, es el descomunal enfado que sienten con la pura idea de pensar que los judíos recuperemos (aunque eso sucedió hace 50 años y parece que todavía no lo asimilan) nuestra Ciudad Eterna.

Nada nuevo debajo del sol, salvo que por esta ocasión Donald Trump haya demostrado más sensatez que todos sus predecesores desde 1995.

Porque es cierto: reconocer a Jerusalén como capital del Estado Judío es indispensable para lograr una verdadera paz. Y es que la paz sólo se puede lograr aceptando la realidad tal cual es.

Y la realidad es que Jerusalén es nuestra. Siempre lo fue. Siempre lo será.

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