lunes, 20 de junio de 2016
Con ‘La sala de la evidencia’, unos arquitectos examinan los horrores de Auschwitz
VENECIA, Italia — Hace poco, el historiador Robert Jan van Pelt estaba en una de las salas silenciosas de la Bienal de Arquitectura de Venecia, donde explicaba la importancia de una modesta columna de malla de acero que de otra manera los visitantes de esta extensa muestra del diseño mundial habrían ignorado.
“Este es uno de los artefactos más mortíferos creados hasta ahora”, dijo van Pelt. Además, señaló, fue obra de un arquitecto.
La columna —pintada de un blanco inmaculado, como el resto de artículos en la habitación— es una reproducción de uno de los ocho conductos utilizados para introducir Ziklon B en las cámaras de gas en Auschwitz. Fue construida con base en documentos históricos que se utilizaron en el caso por difamación que presentó en el 2000 el historiador británico David Irving, negacionista del Holocausto; Pelt, una autoridad en todo lo relativo a la construcción de ese campo de exterminio nazi, fue citado como testigo en su calidad de experto.
Ahora también es una pieza central de “La sala de la evidencia”, una instalación inquietante que sirve de recordatorio del potencial de la arquitectura para causar daño, pero también para exigir la verdad.
Alejandro Aravena, el director artístico de la bienal de este año, dice que el testimonio de Pelt constituye un poderoso ejemplo de la “lógica arquitectónica inversa”.
Van Pelt “ha estudiado los campos como si se enfrentara al problema de diseñarlos y utilizó ese conocimiento para triunfar por encima del negacionismo”, dijo Aravena en una entrevista telefónica.
“La sala de la evidencia”, agregó, “logra un delicado equilibrio entre la sutileza y el respeto, pero también comunica el horror. Cuando entras, sientes algo en la piel”.
La sala, basada en el libro de casi 600 páginas escrito por van Pelt, “The Case for Auschwitz: Evidence From the Irving Trial” publicado en 2002, es una de las instalaciones más inusuales en una bienal dedicada a la dimensión ética de la arquitectura, y también es una de las pocas que presentan el trabajo de alguien que no es diseñador.
Para dar una forma concreta a su investigación, van Pelt recurrió a Donald McKay, un arquitecto y colega que también enseña en la escuela de arquitectura de la Universidad de Waterloo en Ontario. (El equipo también incluyó a Anne Bordeleau y Sacha Hastings).
“Quería que tuviera una suerte de cualidad ideal, como si estuviésemos dentro de la mente del arquitecto”, dijo van Pelt.
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