domingo, 24 de abril de 2016

Una visita a Chernobyl, 30 años después de la catástrofe nuclear

El tiempo se detuvo en Chernobyl hace 30 años, y dese entonces, el silencio.

Enormes edificios de hasta 16 plantas, puertas abiertas, ventanas rotas. La maleza, los árboles, los animales salvajes ocupan ahora el lugar que correspondió al hombre, un hombre que tampoco hoy existe, el hombre soviético, de un país que ya no es, la URSS, aunque en estas destartaladas calles aún sonrían en carteles descoloridos los rostros de los "pioneros", los más jóvenes dentro del también difunto Partido Comunista de la Unión Soviética.

Pasear por Prípiat, la ciudad más cercana a la central atómica donde se produjo el mayor accidente nuclear de la historia, es una experiencia inquietante, angustiosa, al menos para aquellos que conocen y respetan lo que aquí ocurrió hace ahora 30 años.

Los edificios abandonados de Prípiat, ganados por las malezas.
A la 1.20 de la madrugada del sábado 26 de abril de 1986, una explosión sorprendió a los 50 mil habitantes de Prípiat. Algo había salido mal durante las pruebas de resistencia en uno de los reactores de la central Vladimir Ilich Lenin.

Alexéi Breus recuerda con dolor lo que pasó aquella noche: "Mi amigo Leonid Toptunov ha pasado a la historia de la humanidad. Trabajaba aquella noche en el reactor número 4. Puede ser que sólo lo conozcan los especialistas, pero es la persona que apretó el botón y el reactor explotó. Pero no explotó por error de los operarios, sino por las deficiencias del diseño de la central".

La explosión liberó unas tres toneladas de materiales radiactivos, cien veces más que las bombas de Hiroshima y Nagasaki combinadas, elevándolos hasta un kilómetro y medio sobre el cielo.


Qué pudo salir mal aquella noche es todavía una incógnita, y el secretismo reinante en la Unión Soviética en todo lo tocante a su programa nuclear nunca ha permitido saber qué paso realmente.

Ilyá Bosakivski, también trabajador del reactor accidentado, lo tiene muy claro: "Puedo asegurar una cosa: el reactor tenía deficiencias en la construcción. No es casualidad que el académico Legásov, que había desarrollado el reactor, se pegase un tiro. La construcción era imperfecta".

Ahora, 30 años después de aquellas horas dramáticas, la región de Chernobyl, al norte deUcrania, justo en la frontera con Bielorrusia, ve pasar los años bajo la losa del abandono.

La aldea de Stary Chernobyl (viejo Chernobyl) está a 15 kilómetros de la central accidentada. Sus cientos de casas de una planta, clásicas construcciones del mundo eslavo, lucen siniestras por las décadas de abandono. La ciudad de Prípiat, situada a 7 kilómetros de la central y nacida en 1970 para albergar a los trabajadores y familias de la misma, es la pura imagen del apocalípsis.


El musgo cubre ahora unas paredes agrietadas que antes lucían orgullosas. El óxido corroe los pocos vehículos que quedaron por sus calles. El agua cae desde el techo, gota a gota en las fábricas y talleres vacíos.

En los primeros compases de la evacuación las familias se llevaron sus pertenencias, volviendo muchas veces en la noche para rescatar de sus apartamentos vetados su ropa, fotografías y electrodomésticos. Luego, durante años, ladrones de todo pelaje y sin miedo a la radiación fueron desvalijando poco a poco la ciudad, llevándose cualquier cosa que pudiera tener valor.

Ahora, Prípiat es una cáscara vacía, una sombra triste de lo que fue una ciudad feliz, alegre, joven. La media de edad de su población no superaba los 27 años, un tercio eran niños.

Prípiat, es hoy una ciudad fantasma, sólo transitada por historiadores y turistas.

Ahora, los juegos, las diversiones, los columpios en cada patio, lucen melancólicos, abrazados por el paso del tiempo. En las innumerables guarderías de la ciudad, lucen entre nostálgicas y tétricas infinidad de muñecas ennegrecidas por el tiempo.

Los libros de dibujo yacen esparcidos por el suelo. Aún se pueden leer los nombres de los niños, hoy ya adultos, que dibujaron aquellos cuadernos, "Polina, Igor, Anna....". La guardería huele a humedad, y por sus pasillos, entre juguetes rotos, sólo escuchamos el constante golpeteo de las goteras.

En las escuelas, el rostro del líder de la revolución, Vladimir Ilich Lenin, continúa presidiendo unas clases de pupitres vacíos y desvencijados, de libros desparramados por el suelo, con el tiempo como único asistente.

Libros, entre los escombros de Pripiat.

Por las calles, los ojos se posan en aquellos lugares más pintorescos, los autos chocadores abandonados ya son una imagen icónica de esta ciudad, y una estampa del riego de la energía nuclear. Algo tan inocente, destinado a ser una diversión de hijos y padres, convertido en chatarra tóxica, reflejo del desastre causado por el hombre.

Junto a la destartalada estación de bomberos, donde nada queda ya de aquellos días felices, Alexander Ojrimenko, bombero retirado ahora residente en Kiev, que me ha acompañado en este viaje a la que fuese su ciudad, me cuenta: "Llegué con 21 años, tras el servicio militar comencé a trabajar en esta estación. Queríamos mucho a nuestra ciudad y todavía la queremos. Pero tú mismo lo ves, ahora no hay nada que querer".

Los guardias que vigilan el perímetro de esta ciudad muerta, aseguran que las calles son, en invierno, territorio de los lobos, que sin miedo al hombre han hecho suyas las calles.

La piscina municipal de Prípiat, donde vivían 50 mil personas en 1986.

El silencio se rompe de vez en cuando, sobre todo en verano, cuando llegan los grupos de turistas. El morbo de ver el desastre, de acercarse a tan inusual espectáculo se ha convertido en un negocio.

Por unos 300 dólares por persona llegan desde Kiev autobuses de 30 o 40 personas, que recorrerán los lugares icónicos de la tragedia. La noria, las piscina municipal, la plaza, la propia central... Hacer una excursión individual no bajará de los 600 dólares.

No es necesario ningún permiso especial, no al menos desde hace cinco años, cuando se suprimieron las restricciones que sólo permitían la visita a científicos y periodistas acreditados. Por eso ahora la visita es posible para todo aquel dispuesto a pagar, lo que, en determinadas fechas del año, como durante el aniversario de la catástrofe en fechas redondas, la zona tiene más bien el aspecto de un parque temático.



Entre los clientes se encuentran periodistas, historiadores y estudiosos de esta catástrofe, amantes de la fotografía y gente curiosa por ver de cerca las consecuencias del mayor desastre histórico provocado por una central atómica. Pero muchas veces se trata tan sólo de grupos de jóvenes turistas occidentales que acuden a Chernobyl como quien va a ver una atracción de feria, aunque un viaje con un grupo de excitados turistas no parezca la mejor opción para visitar un lugar que invita al recogimiento.


Los autos chocadores del parque de diversiones de Prípiat, testigos silenciosos del abandono.

Visitar Prípiat y la vecina central de Chernobyl no es peligroso. Recibimos más radiación en vuelos transoceánicos, y los guías, que no abandonan al visitante ni un segundo, permiten que te acerques a algunos de los puntos donde todavía la radiación continúa siendo alta.

Los especialistas aseguran que la contaminación en la zona durará al menos otros 500 años, pero la exposición a materiales radioactivos es minúscula, por ello los guías pasean por la ciudad con total naturalidad.

Tanto es así que las visitas suelen acercarse a apenas unos cientos de metros del sarcófago que cubre el fatídico reactor número cuatro. Una prueba de lo seguro que resulta el lugar es que en la vecina Chernobyl viven hoy unas 5.000 personas. Son los hombres que trabajan cada día en la construcción de un nuevo sarcófago más seguro, ya que el primero que se construyó a las apuradas en los meses posteriores al desastre se encuentra muy deteriorado.


Se espera que la nueva estructura, que debería ser definitiva, esté lista en dos años. Está financiada casi totalmente por la Unión Europea, dado que Ucrania es un país que bordea constantemente la bancarrota. Tendrá una cubierta de acero móvil, que además de aislar el reactor, permitirá extraer del mismo, en un futuro, los materiales radioactivos que quedan dentro, más de cien toneladas. El coste total de esta inmensa obra de ingeniería superará los 1.500 millones de euros.

Kiev parece haber delegado toda la responsabilidad en la comunidad internacional, y la ciudadanía ucraniana también parece cansada de esta catástrofe. Tan sólo las asociaciones de víctimas de la radiación mantienen vivo el recuerdo, con manifestaciones para recordar su precaria situación. En la última de estas marchas en Kiev, unos cinco mil ancianos dejaban traslucir la dura vida que llevan. Ludmila, que fue evacuada de Stary Chernobyl hace 30 años, me enseña los papeles de su pensión "Mira, 37 euros mensuales...¿Cómo puedo vivir con esto?".

"MIRA, 37 EUROS MENSUALES...¿CÓMO PUEDO VIVIR CON ESTO?", MUESTRA LOS PAPELES DE SU PENSIÓN UNA DE LAS ANCIANAS REUBICADAS POR LA CATÁSTROFE.

Moscú, antigua capital del imperio soviético, está hoy enfrentada con Kiev por la guerra de Dombás y la anexión de Crimea, y mira para otro lado. Ni actos oficiales, ni recuerdo. Para el Kremlin este ya es un problema de Ucrania y de sus socios europeos.

Aún así, en un futuro en el que el reactor número 4 sea ya una pesadilla del pasado, visitar Prípiat es una actividad que tiene fecha de caducidad. Algunos edificios ya se han derrumbado y muchos ya amenazan con la ruina. Es sólo cuestión de tiempo, como todo ya en esta ciudad fantasma, en la que sólo habitan sombras.

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