Dinamarca fue el primer país del mundo en legalizar la pornografía en 1969. El mundo observaba a los daneses esperando el momento en que las amas de casa y los banqueros copularan por las calles y los campos. Pero cuando Berl Kutchinsky, criminólogo de la Universidad de Copenhague, analizó el estado de la sociedad a través de distintos indicadores luego de 20 años de legalización, encontró que las tasas de violencia sexual habían disminuido. Es difícil probar una correlación precisa, pero los países que legalizaron el porno después de Dinamarca –Suecia y Alemania Occidental– experimentaron una baja similar de delitos sexuales.
Prause trabajó con el psicólogo James Pfaus de la Universidad Concordia en Quebec para medir la excitación sexual de 280 hombres, para tratar de advertir cambios en el comportamiento con sus parejas. Al presentar los resultados, los investigadores afirmaron que ver porno de hecho incrementaba la excitación (después de todo está hecho para eso) en los hombres, pero también el deseo de estar con alguien en el mundo “real”. En otras palabras, el porno no los desensibilizaba para relacionarse con mujeres “normales” con estándares reales, sino al contrario.
Prause también fue incapaz de encontrar una relación entre consumo de porno y la supuesta adicción a él. El lugar común indica que mientras más porno veas, necesitas dosis cada vez más potentes y duraderas, justo como un adicto a las drogas “duras”. Pero el mecanismo de recompensa, como vimos antes, no vuelve al porno más peligroso que la adicción a los chocolates. Prause escribió en un informe de 2014 que la adicción al porno se parece mucho a la fábula del emperador que va desnudo: todos dicen que está ahí, pero nadie puede probarla.
Junto a Cameron Staley de la Universidad de Idaho, Prause trabajó con 44 parejas monógamas y los cambios que presentaban en sus relaciones cotidianas luego de ver pornografía a solas y juntos. Luego de cada sesión, las parejas debían reportar indicadores de excitación, satisfacción sexual, percepción de sí mismos, atracción a su pareja, comportamientos sexuales, etc. Ver porno incrementó el deseo de estar con la pareja, sin importar si miraban las escenas solos o juntos. El porno también hizo que aumentara la evaluación que los voluntarios hicieron de sus propios comportamientos sexuales. (En ese sentido, es posible que la pornografía no los haya “transformado” en pervertidos, pero tal vez los ayudó a asumir finalmente ciertas perversiones y compartirlas en pareja).
Una encuesta publicada en Suiza en 2002 mostró que de 7 mil 500 estudiantes de preparatoria entre 16 y 20 años, más de 3/4 partes de los varones y 36% de las mujeres habían visto pornografía en Internet durante el último mes. La encuesta trataba de determinar correlaciones entre pornografía y comportamientos sexuales arriesgados que pudieran ser dañinos en el desarrollo sexual de los adolescentes, sin lograr establecer ningún vínculo relevante. Descartaron, entre otros supuestos “efectos secundarios” del porno, creencias poco realistas sobre el sexo, actitudes permisivas e incluso poca experimentación (p. ej., observar una escena de doble penetración no te hace necesariamente querer experimentarla en la vida real).
Las actitudes negativas contra las mujeres o contra cualquier miembro de grupos vulnerables suele ir asociada a rasgos culturales que facilitan la explotación femenina y minimizan las consecuencias para quienes incurren en violencia contra las mujeres. Un estudio holandés de 2013 analizó a 4 mil 600 jóvenes varones de entre 15 y 25 años para encontrar las probabilidades de que la exposición al porno hubiera afectado comportamientos sexuales como sexo “deportivo” (tríos, experimentación homosexual, sexo en línea, etc.), experiencia real (acostones, edad de iniciación sexual, número de parejas, etc.) y sexo transaccional (pagar o recibir pago a cambio de sexo). La pornografía sí tuvo un efecto positivo sobre el desarrollo de estos comportamientos, pero solo aportaba 0.3% en relación con otros factores, como el contexto sociodemográfico, la tendencia al riesgo en general, así como la historia de las relaciones afectivas de cada sujeto. En otras palabras, el porno es un factor de nuestra configuración identitaria, pero no la determina por completo.
Gert Martin Hald es el psicólogo encargado del estudio antes referido. A partir de estudiar la relación entre actitudes negativas contra las mujeres y la caracterización de comportamientos masculinos agresivos copiados o provocados por el porno, Hald demostró que el porno de hecho sí enfatiza ciertos rasgos de las personalidades violentas, pero solo en los casos donde existe predisposición a cometer violencia sexual. Ver pornografía violenta puede ser solo una de las muchas cosas que un hombre violento haga para sentirse más “hombre”. En palabras de Hald, “los comportamientos que atribuimos a la pornografía podrían haberse manifestado de cualquier forma: el porno es más el síntoma que la causa”.
Linda Muusses y sus colegas de la VU University de Ámsterdam realizaron un estudio de 3 años en 200 parejas recién casadas, buscando actitudes y comportamientos que estudiaban la relación entre matrimonio y bienestar psicológico. Los participantes eran entrevistados cada tanto con el fin de conocer su nivel de satisfacción en diversos aspectos, incluido el consumo de “material sexualmente explícito”. Se encontró que los hombres más felices tenían relaciones satisfactorias con sus parejas, y no veían tanto porno. Por su parte, los hombres que veían más porno tenían relaciones menos satisfactorias con sus parejas; sin embargo, la investigación mostró que en estos casos el porno era nuevamente un síntoma de pérdida de interés en la relación misma (conjugada con otros indicadores de malestar), mientras que en las parejas felices, la pornografía en realidad no era un tema.
En el mismo estudio, Muusses destacó que sin importar cuánta pornografía veas al principio de la relación, no existe una relación causa-efecto entre dicho consumo y un índice bajo de satisfacción sexual a lo largo de la vida, tanto en hombres como en mujeres. “Nuestros hallazgos”, escribe Muusses, “sugieren que es poco plausible que el Material Sexualmente Explícito de Internet (MSEI) provoque que los esposos comparen sus experiencias sexuales y la atracción que sienten por sus parejas con sus experiencias de MSEI con efectos duraderos”.
0 comentarios:
Publicar un comentario